En los últimos meses he sido testigo de cómo algunas personas, algunos amigos y amigas, no son capaces de sacar a una persona tóxica de su vida. Aun cuando saben que esa persona no es buena, igual no más la aceptan… aceptan el victimismo de su pareja, victimismo disfrazado de “te necesito”, aceptan las manipulaciones constantes, los planes a futuro que nunca se concretan y los cambios de actitudes que nunca llegan… y lo aceptan conscientemente diciéndose a sí mismos “vamos a ver qué ocurre, una vez más, la última vez”. Y lo único que ocurre es que con el pasar del tiempo las únicas personas que cambian son ellas, se alejan de sus amigos, su pareja habla mal de las personas que fueron buenas con ellas en el pasado, se vuelven hostiles para con los demás y repiten a los que tratan de ayudarlas la típica frase de “cuando estés en mis zapatos, recién podrás juzgarme”… y su luz, su vida, se va apagando.
¿Por qué actúan así? Creo que ahora lo entiendo, me he dado cuenta que lo que estás personas sufren se llama “Síndrome de Estocolmo” en el plano amoroso, que es cuando una persona es un rehén dentro de una relación y acepta, defiende y quiere a su raptor, a su agresor, que en este caso es su pareja.
Si tú sufres de este síndrome, solo recuerda lo que dice Bernardo Stamateas acerca de las personas tóxicas:
“Naciste para ser libre, no seas esclavo de nada ni de nadie. No permitas que la ansiedad llene tu vida. Concéntrate en las cosas importantes, que son las que multiplican tu energía; las secundarias la roban. La felicidad es tu herencia y tu legado. Nadie te la puede arrebatar. No te la arrebates tú mismo sufriendo emociones tóxicas. Permítete ser feliz. Celebra tu vida. ¡Tú puedes librarte de la ansiedad!”.
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